lunes, 23 de julio de 2007

Día 40 - Vuelta a Pune

Tren a Bangalore

El auto rickshaw acordado con Abdul unas horas antes, pasó a recogerme por delante de la habitación a las tres de la mañana y me llevó hasta la estación de trenes de Anantapur. Había gente tumbada en los andenes y el suelo de la estación, otros sentados en los bancos y otros paseando inquietos de arriba abajo de los andenes.

Mi billete de tren es una reserva, por lo que no está confirmado. Me acerco a una oficina y me manda a un despacho. Ahí me confirman todo lo relacionado con el trayecto: Tren número 8463, Sleeper Class, vagón S10, cama 72.

Me siento en un banco y aparece un hombre preguntándome mi destino. Me pide el billete y comenta que el tren llegará con media hora de retraso. Resulta que es el jefe de la estación y termina pidiéndome que le acompañe a su despacho. Allí hablamos durante algo más de media hora. Hablamos lo que pudimos o, mejor dicho, lo que el sueño le permitió, pues pudo pasarse, fácilmente, diez minutos sobando, con la cabeza yéndole de arriba abajo. Al final, el tren aparece a las 5h15 en lugar de a las 4h15, pero por fin entro en mi vagón y me tumbo en mi cama.

La noche, o lo poco que quedaba de ella, se me hizo un pelín pesada, aunque el viaje en sí bastante ameno. Iba dando cabezadas de 45min-1h cada una, constantemente interrumpidas por los servidores de té con sus insaciables idas y venidas preguntando, siempre con monotonía, quién quería té: «Chai, chai… Chai, chai

Ya ha amanecido, me asomo a la puerta del vagón y veo un grupo considerable de sarees, que resultan ser hombres; bueno, travestidos, mejor dicho. Ya me habían hablado de los travelos de los trenes de la India y ciudades importantes tipo Delhi, Agra o Mumbai. Siempre en grupo, siempre pidiendo dinero precedido por dos palmadas. Afortunadamente, no hubo ningún percance y me libre de momentos incómodos. Ahora, eso sí, la gente de los trenes se comportaba de todas las posibles maneras: unos se reían, otros les ignoraban, otros parecían bastante mosqueados…

Bangalore

Llegamos a Bangalore a las 10h15 y de allí cogí un auto rickshaw de prepago hasta el aeropuerto, situado a 12km de la estación en la que me bajé. No recuerdo el nombre, pero era previa a la de Bangalore City.

El avión no sale hasta las 15h10, por lo que toca hacer tiempo… Y de cualquier manera. Empiezo a leer y veo a tres chicas blancas. Me doy cuenta de que hablan castellano, por lo que finalmente decido acercarme a ellas. Son de Vigo y han venido a visitar a una amiga suya que está viviendo en Bangalore. Acaban de llegar de Hampi, no muy lejos de Anantapur, aunque en Karnataka, donde, casualmente, conocieron a Gustavo, Anne y Marta, voluntario y visitantes de la FVF, paseando por el pueblo. Ahora cogían un vuelo a Delhi y de allí se iban a pasar varias semanas al Himalaya. ¡Olé! Y qué envidia…

Al pasar los controles de seguridad, distingo a un matrimonio francés de entre el resto, con una niña de tres o cuatro años y un bebé de a penas uno, y se dirigen hacia el paradisíaco —y turístico— Goa.

El vuelo sale puntual y llego a Pune a las 16h30, donde me espera Nitin con su rickshaw y me deja en el NCRA. Allí me encuentro con Stef, que llegó por la mañana de Pondicherry.

Después de pasar toda la tarde charlando y contándonos el uno al otro nuestras aventuras y desventuras, optamos por salir a cenar. ¡Y qué mejor que un buen entrecot! :D

domingo, 22 de julio de 2007

Día 39 - Gooty

Nos encontramos en la cantina a las 9h, hora acordada, para desayunar y Odile y Sandra preparan unos gloriosos pa amb tomàquet, además separamos media docena de plátanos y botellas de agua mineral. ¡Listos para la excursión!

Cogemos un auto rickshaw comunitario por el que pagamos 3 Rs. cada uno hasta la estación de autobuses, donde preguntamos por el autobús que lleva a Gooty, puesto que los paneles indicadores están escritos únicamente en tegulú, y nos subimos. Núria, Alba y Josep se sientan juntos y, delante de ellos, Odile, Sandra y yo. Al cabo de unos kilómetros, cuando la cabeza se me ha ido ya varias veces de un lado a otro, Sandra tiene la genial idea de irnos al fondo del autobús para poder tumbarnos, aunque finalmente opto por sacar fotos, desde allí, del camino hasta Gooty.

El autobús tardó hora y media en dejarnos en la estación del pueblo, situado en el mismo distrito de Anantapur, siempre en Andhra Pradesh. De allí, cogimos la calle principal a la izquierda, y nos ponemos en ruta a la montaña.

Somos, una vez más, el espectáculo del pueblo, todos mirándonos sonriente con caras y miradas más o menos curiosas. Algunos nos saludan moviendo la mano, mientras que otros —generalmente niño/as— se acercan para estrechárnoslas. «Hello, hello.» Poco a poco se van uniendo más niños, cada vez que contesto a la pregunta de cómo me llamo, se parten. No sé qué tiene lo de "Pepe", pero empiezo a dudar en si les hace gracia o, por el contrario, les resulta de lo más triste.«
— Do you speak telegu?
— Haha, no…
— And hindi?
— A few words, only: supra bhaat, shubh raatrii, ek, do, tiin, chaar, paas, dhanyavaad, namasté, chicken masala…»

Seguimos andando, todavía en el pueblo, rodeados por casas y los niños que nos acompañan se han triplicado en número. Por fin llegamos a lo que comienza a ser la subida a la montaña, un camino de piedras enlosadas las unas a las otras. Si no tenías cuidado con donde apoyabas el pie, prácticamente podías escoger entre pegarte un buen resbalón o torcerte el tobillo. Tenemos la suerte de que muchos comienzan a dar marcha atrás, pero los mayores, más pesados, siguen haciéndonos preguntas. El agobio vuelve a apoderarse de nosotros y nos vamos separando.

Por fin llegamos al primero de los dos niveles de la montaña, donde nos encontramos de frente con un guía, arqueólogo de profesión. Nos explica un poco la historia de la ciudad: cómo había llegado el Imperio Británico hasta la zona, cómo sacaban diamantes y oro de los lagos que había en la colina, etc. Y de allí pasamos directamente a ver el antiguo fuerte, The Gooty Fort, totalmente en ruinas. Tenía forma de 'U' y el interior estaba lleno de niños jugando al cricket. Fue vernos y venir corriendo hacia nosotros: Volvíamos a estar rodeados.

Sandra había seguido subiendo, agobiada, hasta sentarse junto a un barranco para relajarse. Poco después seguí sus pasos, pero tres niños me seguían, por lo que decidí subir hasta arriba del todo. Estos se terminaron convirtiendo en mis tres guías. Baloo, el mediano, parecía ser el más espavilado. Padaanna, Mahesh y yo seguíamos sus pasos. Llevaban pantalones de algodón y camisa, y Mahesh, el más pequeño, era el único que iba descalzo.

Prácticamente habíamos alcanzado la cima y al asomarte veías lo que quedaba de aquel enorme fuerte, el pueblo de al lado (Pan lee), a Sandra que seguía tomando el aire allí abajo y otro estanque detrás. Lo bordeamos para seguir subiendo cuando nos encontramos con un curso de un colegio del distrito, compuesto por una treintena de niños y niñas de entre trece y quince años. Comencé a hablar con quien parecía ser el profesor del grupo:
— Namasté! —los niños se reían contestando del mismo modo.
— Hi! Where are you from?
— Spain.
— Oh nice. Are you alone?
— No, we are six people climbing to here, they're coming.
What's your name? —preguntaban los chavales. Y venga a reírse con lo mismo. Voy a tener que plantearme seriamente la teoría que comparten Alba y Llorenç con que podría tener algún significado en hindi. Pero bueno…

Instantes más tarde, el profesor les pidió que le siguieran y se despidieron. Aquellos que no respondieron a la orden, recibieron algún empujón de mis guías, que acababan de adoptar un rol más protector. Ahora parecían mis guardaespaldas.

Al dar la vuelta a la cima en la que estábamos, esos niños y niñas comenzaron a corear mi nombre: no sabía dónde meterme. Baloo y compañía siguieron guiándome y aparecieron cuatro chicos de 19 y 20 años, estudiantes de Ingeniería Informática, Electrónica y Mecánica. Intercambiamos unas pocas palabras cuando los niños, más arriba, volvieron a gritar mi nombre: «Pepe! Your group is here!» Subí hasta arriba y, efectivamente, acababan de llegar todos, excepto Sandra. Al llegar les habían preguntado si habían visto a un chico con pantalones blancos a lo que contestaron «Pepe? Yes, he's there!». Empiezo a sentir curiosidad con lo que pasa con mi nombre…

Por fin nos reunimos y, cuando comenzamos a bajar, volvieron a llamarnos/me, esta vez diciendo que aparecía la sexta persona. Sandra, sin saber cómo, había escalado por la otra ladera, la que carece de sendero. No se nos mató de milagro, jaja. Al fin llegamos a unas ruinas por las que habíamos pasado al subir, solo que esta vez estaba repleta de cabras, marrones y negras. Procedimos a sacar las galletas que quedaban y los pa amb tomàquet, que estaban un pelín chafados. Parece que se separan un poco y cuando terminamos de comer, vuelven hacia nosotros. Vista la insistencia con su presencia, les pregunto si suelen ver a blancos en la ciudad, a lo que me contestan que no: Ya entiendo… En una de éstas empiezan a preguntarme cosas bastante curiosas: «¿Usas secador de pelo? ¿Te pones crema en la cara?» Vale que esté blanco, ¡¿pero tanto?!

Nos ponemos en marcha para volver a la estación y en el camino nos adelantamos Sandra y yo y charlamos un rato. Hay un momento en el que ella me coge al vuelo, por un resbalón que me pego. Gracias, Sandra, por no permitir que me metiera un buen piño xD Llegamos al pueblo y los niños y niñas volvían a acercarse a nosotros, esta vez en menos número, con lo mismo que por la mañana —y que siempre…—. En un momento, el padre de uno de los chavales insiste en que nos quedemos en su casa a cenar o comer algo. Impacto.

Llegamos a la estación donde vemos a un mono robando un chili de un grupo de mujeres que parecía estar preparando su cena. Encontramos el autobús del mismo modo que a la ida y Sandra y yo volvemos a situarnos a la parte de atrás donde, esta vez, logramos dormirnos un rato, al igual que el resto. El asiento del fondo estaba hundido hacia atrás, con lo que se hacía difícil permanecer quieto.

sábado, 21 de julio de 2007

Día 38 - Nagavani, ejemplo de niña apadrinada

Visita a Nagavani

Ravi ha citado a Josep esta mañana a las 9h30 para ir a visitar a Nagavani, de 15 años, su niña apadrinada, y su familia, a Kandlagudur, un pueblo situado a una hora en coche de Anantapur, en la antigua región de Garladinne, actualmente Gooty.

Antes de eso, Josep decide ir a comprarles algún regalo, que, con la ayuda del intérprete, resultan ser: dos punjabis para Nagavani, unos vaqueros y un polo para el hermano pequeño (11), unos vaqueros y una camisa para el hermano mediano (18), un longui y una camisa para el mayor (22), otros para el padre y un saree para la madre; además de otras provisiones para la familia y caramelos para la gente del pueblo.

Y nos ponemos en marcha. La carretera está bastante bien en la mayor parte del viaje, hasta que llegamos a la recta final, un auténtico camino de cabras. Paramos a recoger al responsable de la zona, que habla inglés, hindi y telugu.

Al llegar, vemos que la gente, toda ella de campo, deja de trabajar acercándose al coche. En esto aparece Nagavani con dos collares de flores de jazmín fresco que, al saludarla, nos coloca primeramente a Josep y luego a mí. Resulta ser una chica guapísima y va vestida con un punjabi de color naranja. Ahí Josep ha demostrado tener un ojo excelente, pues uno de los dos que le ha comprado es de ese mismo color.

Nos presenta a su padre, vestido con una camiseta interior agujereada y un longui de cuadros azules y blancos; su madre, con un elegante saree verde; y hermanos, con longuis y camiseta (el mayor), camisa (el mediano) y vaqueros y camisa el pequeño. Nos llevan al salón de su casa, un cuarto de apenas diez metros cuadrados, ocupado casi la mitad por las cuatro sillas de plástico puestas para nosotros, rodeados por toda la gente del pueblo que cabía en el pequeño habitáculo. Mientras nos sentamos, nos trajeron galletas, plátanos y cocos.

Resumiendo un poco la conversación, Nagavani nos cuenta, en telugu —bendito sea el intérprete—, que viven ocho en su casa y que le encanta ir a la escuela, donde sus asignaturas preferidas son el inglés y el telugu. Es más, en un futuro le gustaría ser profesora de inglés. Josep les habla de su familia y habla en boca de su madre, Teresa, la madrina de la niña.

«¿Estás bien?», me pregunta Josep disimulando. «Sí, sí», miento, «¿y tú?» «Bien…» Ambos sabíamos lo incómoda que estaba siendo esa situación. ¿Qué habían hecho para tener que vivir así? El asfalto de la carretera se quedaba varios kilómetros atrás. Vivían entre gallinas, cabras y búfalas. Las ventanas de las casas estaban cubiertas por sacos de patata a modo de cortinas. No obstante, tenían electricidad, aunque poco duró. Trajeron abanicos y el mediano de los hermanos, junto con su cuñada y otros dos habitantes del pueblo comenzaron a abanicarnos. Insistimos en que no se molestaran, que estábamos bien, fracasando una y otra vez.

Estábamos ahí, como si tal cosa, intentando romper el hielo hablando de nuestras costumbres, intentando no pensar en dónde y cómo estábamos. Si, por un momento, te parabas a pensar lo que realmente estabas viviendo, la reacción no se hubiera hecho esperar. A decir verdad, fue una situación muy emotiva. No sé si alguna vez he llegado a sentir algo parecido. Sin pensarlo, intentamos hacerles reír contándoles historias. Por ejemplo, no concebían que viviera y, por lo tanto, cocinara y limpiara solo; es más, la abuela tuvo que preguntarle al intérprete si lo había entendido bien.

Rápidamente, Josep pasó al que resultó ser el momento de mayor dificultad de aguante: la distribución de los regalos. Bastaba con mirarles las expresiones de felicidad en las caras, al recibir los regalos, para echarse a temblar. El padre no dudó un momento en ponerse la camisa nueva y el longui al hombro. Distribuyeron los caramelos, uno a uno, entre la gente del pueblo. En cuanto Josep comentó el hacernos fotos con ellos, Navagani fue corriendo a ponerse el punjabi naranja.

Foto individual, con Josep, con su familia, con el pueblo entero… Navagani fue la protagonista de esa jornada de sábado, en la que al desaparecer con el Jeep, volverían al trabajo como cualquier otro día. Tras unas cuantas fotos, nos despedimos subiéndonos al coche. La gente se volcó hacia nosotros «Bye! Bye!», ofreciéndonos las manos para estrechárselas, …

Fue una sensación increíble, una sensación imposible de olvidar. Una vez en el coche, de vuelta a la fundación, pasaron unos minutos de silencio hasta que Josep los rompió dándome una palmada en el muslo: Volvíamos al mundo (ir)real.










Anantapur

Durante la comida estuvimos hablando un buen rato con Elsa y Miquel, que lleva unos días enfermo. Nos dio unas pequeñas y fascinantes lecciones de fotografía vinculada con la publicidad y, más tarde, recomendó ir a dar una vuelta por la zona vieja de Anantapur y hacia allá nos dirigimos, preguntando un poco qué calles coger.

Paramos por una tienda de dulces y un puesto de cocos para saciar nuestra sed. Nos cruzamos con un travesti. Nunca había visto uno en la India y parece ser que no son tan poco frecuentes, dando a menudo algún que otro problema. Josep se compró una camisa para remodelar su vestuario o, mejor dicho, mochila. Y ya atardeciendo seguimos nuestro paseo hacia el RDT.

La niña de la mazorcaDe camino, nos cruzamos con dos niñas guapísimas, junto a tres cerdos. Llevaban puesto unos vestiditos gastados de años de lavado: probablemente fueran heredados de alguna hermana o familiar. La más delgadita, de pelo recogido con dos coletas trenzadas, sujetaba entre los dedos, con cuidado, una mazorca de maíz tostada, que mordisqueaba a pequeños bocaditos. Al vernos pasar, comenzaron a reír con timidez, tapándose la boca con la mano. Me miraron la cámara y les pregunté si querían una foto, a lo que una salió corriendo unos pasos hacia atrás, riendo aún más. A la de la mazorca le saqué una foto y se la enseñé y la otra volvió corriendo a verla y se quedó para que le sacara otra a ella. Estaban encantadas. Me impactó, una vez más, la expresión en los ojos y en la cara de ambas, pero sobre todo en la de la niña de la mazorca. Una mirada que lleva dos noches quitándome el sueño.

«Uncle, uncle»Más adelante, a escasos metros de la fundación, nos cruzamos con un grupo de niños que jugaban al cricket en un descampado separado de la carretera por unas ramas espinosas puestas a modo de barrera. Nos llamaban a gritos de «Uncle, uncle!» y decidimos acercarnos un momento. Luego pedían que les fotografiáramos solos, en parejas o en grupo, posando, haciendo el tonto, … Un cuarto de hora más tarde Josep y yo empezamos a sentirnos un pelín agobiados y estos pedían más y más fotos: «Uncle, uncle! Look! One picture! One picture!»

Al poco llegó la madre de uno de ellos, y me pidieron que también la retratara. Las carcajadas aumentaban a cada disparo. Josep salió del descampado y vi que le habían reclamado en una de las casas de en frente, la de uno de ellos. Cuando por fin consigo salir del descampado, me acerco a Josep, con todos los niños detrás, que tiene cara de asustado. Al parecer, el padre de la familia le ha pedido que se case con su hija. Yo allí no puedo más y me parto de risa.

Nos escapamos echando a andar hacia la fundación con los niños persiguiéndonos para que pasemos por sus casas. Estamos forzados a sacarles algunas fotos hasta que aparece un auto rickshaw colectivo a modo de rescate y nos subimos de un salto… ¡Por fin!

FVF-RDT

En la cena, Odile, Sandra, Alba, Nuria, Josep y yo decidimos salir, por la mañana temprano, hacia Gooty, a una hora en bus de Anantapur, después de haber descartado la opción de Puttaparthi.

Por la noche, después de habernos "cerrado" (¿?) el maravilloso Seven, nos juntamos frente a las habitaciones de Martí y Pere, de un lado, y Sandra de otro. Habían preparado un cubo de ginebra con 7up y limón exprimido. Estaba riquísimo. Y allí nos quedamos Xavi, Elsa, Llorenç, Miquel, Javier, Pedro, dos chicas y dos chicos de Bangalore, Maria José, Martí, Pere, Goretti, Núria, Alba y Tori, Odile, Blanca, Sandra y yo. Unas copas, unas risas, unas muñeiras, más copas, más risas… En resumen, una gran noche. Y poco a poco fuimos cayendo, hasta que, quince minutos para las cinco, cuando quedábamos cuatro, decido irme a la cama.

viernes, 20 de julio de 2007

Día 37 - Instalaciones

Me despierto a las 7h45 para pegarme una ducha antes de ir a desayunar, cuando llaman insistentemente a la puerta de mi habitación sin que me haya dado tiempo a cambiarme: «Yes! ¡Un segundo! One second!» Anoche, en la cena, ya me habían avisado de Rayama, una mujer india bastante particular, encargada de despertar a todos y cada uno de los que han pasado por la fundación, pidiendo el dichoso «Police paper!» Consigo secarme y ponerme algo encima para entregarle mencionado papel rellenado con mis datos personales.

Y voy a desayunar. Allí me encuentro con María José, Sandra, Llorenç y Xavi, de la noche anterior, junto con Gustavo (profesor, de Bilbao), Odile (profesora/traductora francesa, de la Universidad de Comillas de Madrid) y Anna y Benji (de Barcelona) —que llevan un par de días enfermos— con quienes hablo durante el desayuno.

A las 9h00 voy a la entrada de la fundación y Ravi, una mujer india, alta y con un pelín de cara de mala leche, me presenta al director del centro y posteriormente me comenta que nos van a llevar a ver, a una pareja y a mí, algunas de las instalaciones de la zona. Allí es cuando conozco a Montse y Lluis, de Barcelona.

Montse ha terminado Educación Social y va a empezar Enfermería. Lleva cuatro meses en la India, que se recorre de arriba abajo después de haber trabajado de voluntaria con la Madre Teresa de Calcuta y Sonrisas de Bombay. Ahora le toca recorrerse el sur del país con Lluis, que terminó ADE, que llegó hace unos días al país.

Battala Palhi

Nos llevan a los tres a Battala Palhi, un pueblo no muy lejos de la RDT, para enseñarnos parte de las instalaciones más cercanas.

Comienzan por enseñarnos un hospital bastante bien equipado. En él, vemos montones de personas en colas y salas de espera. No se respira ningún tipo de estrés, ni caos, únicamente respeto y buen humor o, por lo menos, todo el buen humor que puede haber, entre pacientes, dentro de un hospital.

Nos enseñan el almacenaje de ficheros y dossieres de los pacientes y explican el funcionamiento que se lleva a cabo. Todo niño apadrinado tiene derecho a recibir el tratamiento gratuito, mientras que los familiares tienen un 25% en los medicamentos. Siguen, con el laboratorio de sangre, las zonas de radiología, pediatría, sala de parto, ingresos de varones, ecografía, … Nos comentan que nunca se les dice el sexo del feto para evitar posibles abortos. Aunque la mujer no sea tan menospreciada como en otros países, la muerte de una niña pequeña no provoca mucho dolor, que digamos. Al fin y al cabo, se libran de pagar una dote que puede llegar a costarles varios meses, o incluso años, conseguir.

La gente nos mira, muchos nos sonríen como muestra de agradecimiento —sin que hayamos hecho nada de lo que nos deban agradecer—, nos sigue una niña, tras una caricia de Montse, buena parte del camino y se nos presentan varias comadronas. Aquí, las comadronas llevan saree de color verde, de forma que se las pueda distinguir de entre el resto.

Un poco apartado, nos enseñan el taller de ortopedia, en el que discapacitados trabajan fabricando prótesis a medida de piernas y brazos para aquellos quienes los necesiten. También distribuyen ciclos para gente coja o sin movilidad en las piernas, que funcionan con un pedal alzado, y que se maneja con las manos.

De aquí nos llevan al centro de enfermos del VIH, situado en la misma carretera, separado de unos cincuentra metros. Marta, una médico de Murcia, lleva un año trabajando en el centro. Se ven tanto niños como adultos. Aquí se les explica, al igual que en el Centro de Planificación Familiar (que no pude ver) en qué consiste la enfermedad, se les informa del tipo de tratamiento y de los métodos de protección de transmisión del virus. Nos llama la atención la humanidad que se respira en el ambiente: Los sábados, por ejemplo, médicos y enfermos comen juntos en la cantina del centro. Nos acercan una libreta para dejar por escrito nuestras impresiones, que firmamos los tres juntos.

De ahí nos dirigimos a un taller de yute, un material parecido a una cuerda, sacado de una planta, de nombre homónimo. En este taller de bisutería, trabajan mujeres discapacitadas, hasta ahora excluidas de la sociedad, en la que no tenían la oportunidad de integrarse. Actualmente, e independientemente de su condición física o psíquica, tienen un empleo y, por lo tanto, un sueldo que les permite aumentar su autoestima y condición social. De este modo, teniendo un trabajo estable, pueden casarse y ayudar a sus familias o mantener las suyas propias. Nos ofrecen unas pulseras de yute y otro cuaderno en el que volvemos a dar nuestra opinión, siempre positiva, respecto a lo que hemos podido observar.

Al terminar, volvemos a la fundación para comer junto al resto, y pasamos por delante del centro de secundaria para invidentes, en el que colaboran Alba y Núria con la siempre colaboración de Tori, la perra-guía de Alba. En la comida conocemos a Josep, original de Granollers y estudiante de Ingeniería Industrial, "mochilero" que está por segunda vez en la India. Lleva diez días recorriendo Mumbai–Goa–Jampi hasta llegar a Anantapur. Por la tarde se vendrá con nosotros.

Después de comer voy a por Montse y Lluis al dormitorio general. Allí, Montse me escribe en la agenda nombres de playas, chiringuitos, restaurantes y pueblos de Goa que me recomienda visitar.

Bukaraisamutram

Nos llevan a otro pueblo, situado en una dirección distinta al anterior, en la que hay un taller para mujeres en el que trabajan decorando telas con colorantes naturales. Aquí hacen cortinas, manteles y pañuelos con moldes importados de los distintos estados de la India e incluso de España. Cabe decir que los tintes tienen un olor bastante fuerte. Nos despedimos dejando otro mensaje de ánimo y satisfacción.

Pasamos al centro de niñas discapacitadas que nos saludan con fervor: «Hola, hola» Nos dan la mano, piden que las cojamos en brazos, les saquemos fotos, … Unas saltan a la comba, otras corren de un lado a otro, … Estamos en pleno recreo y los profesores juegan a bádminton y voleibol. Los siguientes patios, separados entre sí por vallas, son los de sordo-mudos e invidentes. Una niña nos saluda con el lenguaje de los signos, que logramos repetir, y se sonroja riendo. De entre los niños ciegos destacan dos niñas albinas, que vemos desde lejos.

Al salir del centro, llegamos a otro patio en el que otros niños juegan a cricket y voleibol. Lluis, como antiguo jugador que es, les enseña un par de técnicas de golpeo. —A los profesores no les ha faltado las ganas de invitarle a jugar ;D—

Luego llegamos al taller de papel maché, donde hacen huchas con formas de cerdos y elefantes, lapiceros, rosas y muñecos con formas diversas. Nos obsequian dándonos un punto de lectura a cada uno de los cuatro. Y firmamos otro libro de visitas.

Finalmente, llegamos a un taller en el que realizan cuencos y rosas de hojas de palmera. Los cuencos, de usar y tirar, son bastante utilizados en las bodas, en España, mientras que las rosas se exportan para la Diada de Sant Jordi. Nos regalan una rosa a cada uno y volvemos a firmar. No hace falta decir que los mensajes terminan repitiéndose un poco.

Todos estos talleres (yute, bordados, papel maché, hojas de palmera) forman parte de la Colaboración Activa y Comercio Solidario de la FVF. La totalidad del realizado se exporta y vende en las tiendas solidarias de la Fundación Vicente Ferrer.

Espectáculos: teatro, bailes y canciones

Volvemos al RDT y a las 20h00 dan comienzo danzas y obras de teatro de distintos grupos de niños y niñas de pueblos de toda la región de Anantapur. Un espectáculo maravilloso. Al terminar cada escena, logran arrancarnos aplausos y gritos de «¡Bravo!».

Una vez llegado el final del espectáculo, nos hacen subir a padrinos y visitantes, uno por uno, al escenario, donde los niños y niñas artistas nos cuelgan collares. Un momento bastante emotivo, la verdad. Una vez "condecorados", nos sacan una foto general.

En la cena conozco a Miquel y Elsa, de Barcelona. Cenamos todos juntos y después de hablar durante un huen rato con Odile, Sandra nos comenta la idea de ir a tomar unas cervezas al Abdul o, lo que es lo mismo, la "terraza de verano", en frente de la entrada de la fundación.

Aparecemos Anne, Marta, Odile, Sandra, Núria, Alba, Tori, Josep y yo e ingerimos las cervezas junto con un agua y una Pepsi. Buen rollito hasta que dos semi-aullidos de perro nos llaman la atención. Un camión acaba de arrollar un perro a quince metros de donde estábamos. Los perros de la zona se acercan, aullando con las orejas tiesas, a comentar lo acontecido, parecen estar tan impactados como nosotros. El pobre perro, o lo que queda de él, se va destripando cada vez que pasa un coche o camión. De forma unánime, decidimos volver a la fundación.

Allí, unos se van a la cama y otros al "Seven", que viene a ser la mesa situada en frente de la habitación número 7, en la que están los padrinos con caipiroskas, cervezas y vino. Allí estuvimos, los que más, hasta pasadas las dos de la mañana.

jueves, 19 de julio de 2007

Día 36 - Llegada a la FVF-RDT

Pune–Bangalore–Anantapur

Después de desayunar con Stéphane, Nitin apareció a las 11h00, hora acordada la noche anterior, por la entrada principal del NCRA, para dejarme en el aeropuerto de Pune y coger el vuelo de las 13h30. Durante el camino me dio la impresión de que había cambiado el sonido del claxon del autorickshaw: ahora era un pelín más estridente…

Ya en el aeropuerto, pude comprobar que los apagones deben ser frecuentes en todo el país, pues hubo hasta tres cortes de suministros en apenas cinco minutos. Me pareció curioso el cacheo por parte de la seguridad del aeropuerto. A los hombres, se nos escaneaba subidos a una tarima, mientras que a las mujeres las hacían pasar por una cabina cubierta por dos cortinas —anterior y posterior—. Compro una botella de agua y un sándwich para lo que queda de viaje y hago tiempo hasta el embarque que se realiza por la puerta 3 (de 3).

Bangalore
Coordenadas: 12'97º, 77'56º – Altitud: 920 m


El vuelo resulta ser puntual, por lo que llegamos a Bangalore, capital del estado de Karnataka, a las 15h. Tras pensarlo un rato, decido ir a Anantapur contratando un taxi de prepago en el mismo aeropuerto. El conductor, un tipo de poco más de veinte años, me pide que le siga y unos metros más hacia adelante, me ordena que le espere en una bifurcación, donde reaparecerá con el coche. Una vez subido, pasa antes por casa de su madre para no sé qué, ofreciéndome la posibilidad de tomar café y/o té, aunque opto por esperar en el coche.

Apenas cinco minutos más tarde, vuelve al turismo y nos ponemos en ruta. Me doy cuenta de que las matrículas ya no empiezan por MH (Maharashtra), sino por KA (Karnataka): OBVIO. Aunque pasan unos minutos hasta que me fijo en que los carteles están escritos en otro alfabeto. Se trata del canarés o kannada, el idioma oficial de la región, y parece ser un tanto más complicado que el hindi.

El paisaje va cambiando a medida que nos adentramos en el estado de Andhra Pradesh. Es más árido que el de Maharashtra, por lo que el poco verde contrasta de forma espectacular con la tierra rojiza de la región. Destaco la cantidad de parras que hay durante el camino.«For grapes' juice», me dice el conductor. —¡Pues menudo desperdicio!—

Anantapur - FVF-RDT
Coordenadas: 14'68º, 77'6º – Altitud: 335 m


Entre pitos y flautas, llegamos a Anantapur a las 20h30. Ya sólo queda encontrar el modo de llegar hasta la Fundación Vicente Ferrer o RDT (Rural Development Trust), como la conocen por la zona. Nos encontramos con un pequeño problema: aquí se habla otro idioma, el telugú, que ni el conductor ni, mucho menos, yo hablamos.

Al final conseguimos que nos guíen hasta la entrada, donde me entregan la llave de la habitación 28. Una habitación doble para mí solo, una vez más: ¡Fantástico! Dejo mis cosas y me dirijo a la cantina, pues son cerca de las 21h.

No hay nadie, por lo que, con la ayuda de dos mujeres indias encargadas de la cocina, me sirvo un buen plato de comida. Ando un tanto famélico, la verdad :P Al poco aparece Llorenç, un fotógrafo catalán que lleva nueve años en la fundación. Me comenta que aquí llevan horario español, por lo que no comen hasta las 21h. Y yo que pensaba que iba a cenar solo… Menuda alegría.

Resulta que hace un par de días que llegó a la RDT un grupo de padrinos españoles. Llevan doce días haciendo la Ruta del Sur y los últimos cuatro se quedan en la fundación para ver las instalaciones y, cuando quieren, sus niños y niñas apadrinados/as, que viven en pueblos más o menos alejados de la región.

Mientras ceno, visitantos y voluntarios están presenciando en una conferencia que está dando Vicente en la sala conjunta a la cantina, pero no me doy cuenta: supongo que estoy un poquillo cansado. Al terminar, se sientan a mi alrededor buena parte de los padrinos. Vienen de distintas zonas del país:
- Barcelona:
- Bizkaia: Javier,
- Toledo:
- Mallorca:

Aprovechamos para charlar un rato y me comentan lo que han estado haciendo durante esta ruta índica. Lo último, inaugurar unas casas en un pueblo de la región.

Al terminar, se acerca Llorenç a interesarse por mi integración. Le pregunto por Javier Curras, un arquitecto gallego, amigo de una amiga, que lleva varios meses trabajando como voluntario en la Fundación y me lo señala en la mesa de al lado. Ahí le conozco, junto con otros voluntarios/as: Pedro (aparejador, de Bilbao), Blanca y María José (profesoras, de Madrid), Anne y Marta (R3 y estudiante de 5º curso Medicina, de San Sebastián y Bilbao), Xavi (cirujano, de Barcelona), Martín, Pere y Gore (jugadores de hockey, de Terrassa), Alba y Núria (profesoras para niños invidentes, de Barcelona); más tarde se pasó Sandra, de Terrassa, que trabaja en la oficina junto a Vicente y David.

Una noche como primera toma de contacto con gente que ha resultado ser fantástica :)

viernes, 13 de julio de 2007

Día 30 - ¡Un mes!

Madre mía cómo pasa el tiempo… Me dicen que fue ayer cuando aterricé en el aeropuerto de Mumbai y me lo creo; pero macho, ¡que ya llevo un mes en la India! Cuando me pongo a ver las fotos que he sacado hasta ahora y veo el resultado —poquísimas—, me deprimo. La movida es que aún me queda algo más de un mes —… y nueve días—, así que a ver si me espavilo un poco, que ya va siendo hora. Y encima parece que el monzón y sus j***** lluvias han hecho una pausa de varios días. ¡Fantástico!

El miércoles nos dieron el chivatazo de que esta tarde se servía el mejor de los snacks: SBDP, que aunque tenga nombre de estupefaciente prometo que es un aperitivillo delicioso y debo reconocer que ignoro su significado. Razón por la que, a falta de diez minutos para las seis de la tarde, estábamos plantados en la cola de la kanteen: «One SBDP —que vienen a ser cinco— and a cup of tea, please.» «Four rupees.» Y salimos a merendárnoslo al jardín, que se está más fresco.

Unos segundos más tarde llegan Rahul y un profesor con quien me había cruzado y saludado varias veces, pero nunca habíamos hablado. Ha sido él quien ha empezado la conversación, preguntándome de dónde era:
— Which country are you from?
— Spain.
— Entonces hablas castellano.
— Un poco… —contesto sonriendo y se parte.

La conversación siguió, hablamos durante algo más de media hora. Resulta que estuvo tres años en Chile, donde hizo su posdoctorado y pasó varios meses en París, residiendo, curiosamente, en la Maison de l'Inde de la Cité U, donde vivo. De ahí que nos comentara que podíamos conseguir el ya mencionado SBDP en un restaurante indio del Passage Brady, situado en el 10ème arrondissement, relativamente cerca de la Gare du Nord.

Hablando de culturas y comidas, nos comentaba que se hartó del asado chileno, pues lo tomaba prácticamente todos los días y, al llegar a EE. UU., lo primero que hizo fue pedir un plato de arroz hervido. «Jaja, eso me suena», le dije, «precisamente con lo que me ha pasado aquí durante las tres primeras semanas: arroz para comer y arroz para cenar. Lo que daría yo por uno de esos asados…» No sé qué cara habíamos puesto Stef y yo, que junto con Saikia, también profesor y, además, director del centro, se empezaron a reír.
— Tranquilo, hombre, que eso lo puedes encontrar por aquí.
— Sí, bueno, de patatas y, como mucho, pollo.
— Qué va, qué va, y de carne de ternera.
—¡¿C… Cómo?! —Stéphane estaba con los ojos como platos, mientras que yo me había levantado sobre las rodillas.— ¿Se puede comprar ternera en la India?

Llevamos un mes en la India y, hasta ahora, la respuesta que nos habíamos llevado a esa misma pregunta era siempre la misma: «¡Está[i]s en la India, aquí no se come ternera, hombre!» Saqué un papel de mi cartera ipso facto y se lo cedí al Dr. Saikia, que me hizo un plano para llegar al Beef Market. «Coño, con ese nombre y nunca hemos pasado por delante…», le digo a Stef, aunque luego nos lo modificó uno de los alumnos. Y luego nos hacen otro para llegar al restaurante "KOBE", cerca de Parihar Chowk, en el que preparan ternera y, curiosamente, situado en frente de la mejor heladería de la región, "NATURAL ice-creams", de la que ya nos habían hablado antes de llegar a la India.

Todo apuntaba a que las berenjenas de esta noche iban a esperar, pues íbamos a celebrar este primer mes por todo lo alto. ¡Y así ha sido! Llamamos a Nitin y a las 20.30 nos esperaba en la puerta para dejarnos en KOBE. Vaya filete… Un poco demasiado hecho, sí, pero después de un mes sin probar bocao, vaya filete… Con sus patatitas y cebollita frita, su verdurita hervida, sus champiñones a la plancha, … Arf… Y el postre en la heladería NATURAL: una bolita de helado de mango y otra de albaricoque. Riquísimo todo. Nitin nos pasa a recoger y Stef se baja en Parihar Chowk para tomarse "su" coco. «Estás enfermo, tío.»

Menudo mesiversario —que no messi-—, con perdón, más de puta madre.

A todo esto, Dipan, Nipanjama y Rahul se vuelven mañana a Kolkatta. Y yo me estoy convirtiendo en un jodido experto caza-mosquitos a palmadas. Sin comentarios.

PD: Insisto en que el SBDP no es ninguna droga, xD

miércoles, 11 de julio de 2007

Día 28 – «Photo, photo»

Me llegan a decir hace un mes, e incluso hace unos días, que en la India iba a estar comiendo gambas a la plancha y el ataque de risa hubiera sido tal, que probablemente hubiera necesitado varios minutos para recomponerme.

Por primera vez en varios días, el sol se ha dejado ver más de cinco segundos seguidos. Es más, lo hemos tenido encima de nuestras cabezas durante buena parte de la tarde. E ignoro si era éste el motivo de que la gente estuviera especialmente amable y contenta.

Aundh Rd.

Pescado y marisco
Pescado y marisco
Como cada tarde desde hace ya algo más de diez días, hemos ido a comprar a Aundh Rd., aunque no sabíamos qué cenar y, por lo tanto, el objeto de nuestras compras. «Ya decidiremos», le dije a Stéphane mientras salíamos del NCRA. Y, al llegar a nuestra zona preferida, el primer puesto de pescado y marisco —una de las "pescaderías" de aquí— estaba a rebosar, tanto de producto como de clientes, por lo que decidimos acercarnos y ver qué tenían. Ni un minuto nos ha hecho falta para comprar medio kilo de gambas y cuatro lenguados.

Pesando tomates
Pesando tomates
Poco después, hemos parado en nuestra "verdulería" favorita o, simplemente, "nuestra" verdulería, y el dueño —normalmente nos atiende su mujer, que esta vez atendía a otra mujer— nos ha recibido con una sonrisa de oreja a oreja.
«1kg of tomatoes, please»
«1kf of tomatoes»
Al pedirle unos tomates, no nos ha ofrecido los que tenía delante, sino unos que tenía guardados en la "trastienda" —por llamarlo de alguna manera, pues la tienda es al aire libre, lo que la separa de la trastienda es una tela, …— de un color rojo zafiro espectacular. Mientras nos los pesaba y guardaba, junto a un kilo de patatas y medio de cacahuetes, nos contaba que trabajó más de cuarenta años de policía y llevaba cuatro jubilado.
Nuestra verdulera
Nuestra verdulera, siempre sonriente
Sus tres hijos son también policías. Le preguntamos cuál era su nombre, y juro que incluso logré repetirlo, pero a los diez segundos se me había olvidado por completo —tendré que pedirle que me lo escriba—. Me pidió que le sacara alguna foto y antes de irnos, su mujer me pidió amablemente si podía sacarle otra. El favor me lo estaban haciendo a mí.

¿Y esto?»
«¿Y esto?»
Al despedirnos y seguir dirección al puesto de cocos, otro joven me pidió otra foto: él, posando sonriente, sentado junto a las jaulas repletas de gallinas. Por fin llegamos a los cocos, donde Stef se tomó su ración diaria y dimos media vuelta parando en un puesto para comprar cilantro, cuando un niño se me acercó contemplando el objetivo de la cámara. Probablemente no hubiera visto nunca una así o, al menos, de tan cerca. Le saqué una foto sin que viera que se la sacaba y se la enseñé: Se le escapó la risa y, alucinado, salió corriendo hacia atrás.
Foto de familia :D
Retrato de los varones de una familia
Se lo contó a un grupo que parecían ser los varones de su familia, pues había fácil tres generaciones. Me pidieron que le sacara otra foto y les propuse una foto de todos ellos, sonrientes. Estaba feliz de ver a tanta gente sonreír. Se la enseñé y agradecidísimos. Y eso que solamente les había sacado una "simple" foto. «Come tomorrow», me decía uno de ellos al despedirme, a lo que le contesté: «Like everyday!»

Ya con el cilantro entre las bolsas paramos en una vinoteca, compramos un par de botellas de vino blanco de la región y, poco después, harina. Ahora sí que estábamos listos para la cena de esta noche: Pa amb tomàquet, patatas fritas, cacahuetes fritos, gambas a la plancha y lenguado rebozado, todo ello acompañado de una fresca botella de vino blanco.

«¡Hmm…!»

Y ahora, si me perdonáis, estoy cansadísimo y acalorado, así que me voy dormir la mona un rato: Shubh raatri ;D